miércoles, 7 de diciembre de 2011

CAPÍTULO 2

Conforme intantaba recordar algunas cosas, y con la ayuda de Matías y de Lucas, convinieron en que tenía una amnesia carente de efectos. Una amnesia libre de grandes significados y de pompa pirotécnica. Sí, claro que lograba recordar alguna cosa, o, mejor, recuperar alguna sensación. Pero nada digno de un brusco giro en la historia o de sentar las bases de algún gran misterio futuro. Nada que a uno lo haga despertarse sudando, vamos.

Matías era una persona vivaraz. Un entusiasta de las pequeñas cosas. Y un aprendiz de artista circense. Le gustaba hablar y tomar mate y era fibroso como Bruce Lee.
Lucas era todo nervio, podía hablar con la misma pasión de un asado que de los animales que habían corrido y comido por algún sitio antes de entrar a formar parte de su cena. Y era un cinéfilo. Pero un cinéfilo de verdad. No se limitaba a consumir cine de, digamos, alta cultura, sino que disfrutaba con la ingenuidad de un niño igualmente de una película clásica que de una comedia de Ben Stiller.
Y eso nos lleva a una de esas sensaciones encontradas flotando en el limbo de la nada más absoluta y absorvente. Saber ver las cosas buenas que hay detrás de las otras cosas. Las que no nos gustan. Y él era un poco snob con estas cosas y le costaba no despistarse antes de llegar a esas cosas. A las que están detrás de las otras cosas. Aunque ahora no lo recuerde.

Sí, definitivamente no era una amnesia digna de hacer una película al respecto.

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